Alessandro Manzoni escribió una de las más grandes novelas históricas de todos los tiempos: Los novios (I promessi sposi), que comienza con “La Historia se puede en verdad definir como una guerra ilustre contra el tiempo”. En 1843, sin embargo, un año después de publicarla, su opinión sobre la novela histórica se tornó pesimista y comenzó a redactar De la novela histórica y, en general, de las composiciones mezcla de historia y de ficción, publicado en 1848.
En este ensayo teórico, consideró que el género era contradictorio por mezclar historia y ficción. Así, la novela histórica terminaba en un completo fracaso porque la historia y la literatura se anulaban recíprocamente: la novela histórica no es historia por su parte novelesca, mientras que la novela se desmorona por su contenido histórico.
“Cuando alguien que tiene la reputación de plantar zanahorias, cuenta una novedad interesante, ¿decís que la sabe?¿estáis satisfecho? Ahora ustedes (cuando escriben una novela, por supuesto) son como él, es decir, alguien que dice lo verdadero y lo falso”.
“Ante esto, ¿cuándo la confusión ha sido una forma de dar a conocer? Saber es creer; y para poder creer, cuando se me representa lo que sé, sé que no todo es igualmente cierto, es necesario que pueda distinguir. ¿Y que? ¿Quieren contarme sobre las realidades y no me dan los medios para reconocerlas por la realidad? ¿Por qué han querido que estas realidades tuvieran una parte principal y extendida en la composición? ¿Por qué ese título de historiador, unido a nosotros por distinción, y juntos por tentación? Porque sabías muy bien que, al saber qué era realmente, y cómo realmente era, hay un interés tan vivo y poderoso, tan especial. Y después de haber dirigido y excitado mi curiosidad hacia tal objeto, ¿creen que puedo satisfacerte presentando uno que puede ser eso, pero también puede ser un nacimiento de tu inventiva?”
¿Qué lleva a uno de los maestros de la novela histórica a ser tan pesimista respecto de su resultado? Difícil saberlo, aunque podamos seguir disfrutando de Los novios como obra maestra…de la novela histórica,
Walter Scott y la revolución en la novela histórica
El aire favorable a Walter Scott y su novela histórica llegó a Italia en el siglo XIX. Y a Alessandro Manzoni.
Manzoni tenía 14 años menos que Scott. Este había comenzado a escribir novelas históricas relativamente tarde, a los 43 años, como una forma de generar ingresos por la quiebra de su imprenta. Ya bastante famoso como poeta, esta combinación de hechos del pasado con trama novelesca le pareció que iba a proporcionarle el dinero que necesitaba. Y en parte lo consiguió.
En 1814 publicó Waverley de manera anónima; ambientada en el levantamiento jacobita de 1745, que pretendía restaurar a los Estuardo, presentaba a un joven tory simpatizante del jacobismo–Edward Waverley–que finalmente elige el camino más respetable de apoyar a la casa de Hanover. El éxito fue considerable. Le siguieron otras novelas ambientadas en la historia de Escocia, siempre de manera anónima. Pero el éxito mayor le llegaría en 1819, cuando decidió apartarse de Escocia y ambientar una novela en la Inglaterra del siglo XII: Ivanhoe.
En 1825, a los 54 años, otra vez estuvo a borde de la quiebra. Entonces reveló el nombre del autor de las populares novelas históricas. Pero no le alcanzó: murió en 1832, todavía endeudado.
Alessandro Manzoni publicó Los novios en 1842, diez años después de la muerte de Walter Scott, cuando la fama del escritor muerte le sobrevivía (y le sobreviviría más aún). Como Scott, Manzoni terminó su novela histórica ya grande: tenía 57 años.
Los novios y la idea de la historia
Ambientada en el Milán de los años 1628-1630 dominado por los españoles, la novela es una clara alusión a Austria, que ocupaba esa región en 1842 (heredada de los españoles con la guerra de Sucesión de 1701-1713) y está enmarcada en los ideales y sentimientos del Risorgimento. Surgida de un supuesto manuscrito encontrado de la época de los acontecimientos narrados, en la tradición de las novelas de caballería, Ariosto y Cervantes, su propia historia resulta, así, novelada.
Los novios comienza con la siguiente frase: “La Historia se puede en verdad definir como una guerra ilustre contra el tiempo”. Hermoso frase, hermoso inicio.
Y continúa explicando la razón de por qué ha elegido como protagonistas de la novela a dos jóvenes campesinos, Lucia Mondella y Renzo Tramaglino, un relato histórico donde los personajes “destacados”–don Rodrigo, el cardenal Borromeo–quedan en un segundo plano, mezclados con figuras comunes como el cura de pueblo don Abbondio, fra Cristoforo, la monja de Monza y el jefe de bandoleros que ni siquiera tiene nombre (el Innominato). Manzoni confiesa su espíritu de aventura “entre los Laberintos de las intrigas políticas y el retumbar de los bélicos Clarines; mas habiendo tenido noticia de hechos memorables, si bien acontecieron a gentes mecánicas y de poca monta, dispóngome a dejar memoria de ellos a la Posteridad, haciendo de todo fiel y genuinamente el Relato, o bien sea Relación”.
“Al contar mi historia (…) callaré los linajes de las personas ilustres que intervinieron en ella, y los lugares donde tuvo lugar, pero estas omisiones nada restarán a la verdad del relato” pues los hechos “en siendo cosa evidente y por nadie negada no ser los hombres sino puros, purísimos accidentes”.
Las fuentes
Manzoni usó en Los novios varias fuentes, a las que hace referencia. La principal es la monumental historia de Milán de Giuseppe Ripamonti (1573-1643), Mediolani Historia Patriae, fundamental para el gran episodio de la peste de 1630. La Economia e statistica de Melchiore Gioia (1763-1829) le sirvió para reconstruir el ambiente social y económica de la Lombardía española, como las condiciones miserables de la población, que la llevaba a emigrar a la República de Venecia. Los escritos De Pestilentia de Federigo Borromeo y Ragguaglio dell’origine et giornali successi della gran peste de Alessandro Tadino lo ayudaron a reconstruir la peste.
El peligro de las masas
La descripción del tumulto que se produce en Milán por la carestía del pan comienza en el capítulo XI. El ingenuo Renzo llega del campo a la ciudad y encuentra trigo y panes tirados por el piso y piensa en la abundancia que reinaría allí para que la gente los tirara. Pero, ante personas que corren con panes y bolsas de trigo “Renzo comenzó a comprender que había llegado a una ciudad sublevada, y que aquél era un día de conquista, o sea, en que cada cual pillaba, en proporción a su voluntad y fuerza, dando palos en pago”, y sigue “la sinceridad histórica nos obliga a decir que su primer sentimiento fue de placer”.
El capítulo XII nos explica las causas del tumulto. La guerra que han desatado los mercenarios alemanes lleva a la carencia de alimentos y el pueblo piensa que se debe a que los panaderos acaparan su mercancía. Manzoni era nieto, por su madre, de Cesare Beccaria, y adhería al liberalismo económico, por lo que comienza “Mas cuando ésta [la penuria] llega a cierto extremo, nace siempre (o al menos siempre ha nacido hasta ahora; y si continúa haciéndolo tras tantos escritos de hombres eminentes [se refiere a Adam Smith, Pietro Verri y Melchiorre Gioia, cuyo libro Sul commercio dei comestibili e caro prezzo del vito había consultado generosamente] ¡figuraos en aquel tiempo!), nace en muchos la idea de que su causa no es la escasez. Se olvida haberla temido, predicho; se supone de pronto que hay trigo suficiente, y que el mal proviene de no venderse lo bastante para el consumo: suposiciones que no se tienen en pie”.
Y el pueblo pide, equivocadamente, la intervención del estado y bajando los precios; así lo hizo el aclamado canciller Antonio Ferrer, que “Hizo como una mujer antaño joven que pensara rejuvenecer alterando su partida de bautismo”. Pero esto no tiene resultado y una chispa hace que la multitud se enfurezca y grite ¡Pan!, ¡pan!, rompiendo las puertas de las panaderías. Como encuentran pan, creen tener razón y gritan ¡Viva la abundancia! De nada sirve que alguien diga que con el precio bajo, el pan se venderá pero los panaderos le pondrán veneno, o que Renzo trate de explicar que destruyendo las panaderías también acabarán con los hornos y no tendrán más pan en el futuro (estas, como dice Manzoni “son sutilezas metafísicas que a una multitud no se le alcanzan”. “¡Viva la abundancia! ¡Mueran los verdugos del pueblo! ¡Muera la carestía! ¡Abajo la Provisión! ¡Abajo la junta! ¡Viva el pan!” grita la multitud.
Y en el capítulo XIII aparecen los líderes demagogos, en la imagen de Ferrer:
“En los tumultos populares hay siempre cierto número de hombres que, o por acaloramiento de pasión, o por persuasión fanática, o por un designio malvado, o por un perverso gusto del desorden, hacen todo lo posible por llevar las cosas al peor extremo ; proponen o promueven los consejos más despiadados, soplan en el fuego cada vez que empieza a languidecer: nunca es demasiado para ellos; no querrían que el tumulto tuviera fin ni medida. Pero en compensación, siempre hay cierto número de otros
hombres que, con igual ardor e igual resistencia, se afanan por producir el efecto contrario: algunos movidos por amistad o por parcialidad hacia las personas amenazadas; otros sin más impulso que un piadoso y espontáneo horror de la sangre y las atrocidades. Que el cielo los bendiga”.
Y lanza su larga descripción de la multitud y su comportamiento:
“Lo que luego forma la masa, y casi la materia prima del tumulto, es una mezcolanza accidental de hombres, que, más o menos, por gradaciones indefinidas, participan de uno y otro extremo: un poco acalorados, un poco bribones, un poco inclinados a
cierta justicia, entendida a su manera, un poco deseosos de ver algo sonado, dispuestos a la ferocidad y a la misericordia, a detestar y a adorar, según se presente la ocasión de experimentar plenamente uno u otro sentimiento; ávidos en todo momento de saber, de creer alguna enormidad, necesitados de gritar, de aplaudir a alguien, o de maldecirlo.
Viva y muera son las palabras que lanzan de mejor gana; y quien consiga convencerlos de que un hombre no merece ser descuartizado, no necesita gastar más saliva para persuadirlos de que es digno de ser llevado en triunfo: actores, espectadores, instrumentos, obstáculos, todo según el viento que sople; dispuestos también a callarse, si no oyen más gritos que repetir, a abandonar la empresa, si faltan los instigadores, a dispersarse, si muchas voces concordes y no contradichas dicen: vámonos; y a volver a casa, preguntándose uno a otro: ¿qué ha pasado? Pero como esa masa, al tener la mayor fuerza, se la puede dar a quien quiera, así, cada una de las dos partes activas usa todas las artes para ponerla de su lado, para adueñarse de ella: son como dos almas enemigas, que combaten para entrar en ese corpachón, y obligarlo a moverse. Pugnan por ver quién sabrá difundir las voces más apropiadas para excitar las pasiones. Por encauzar los movimientos en favor de uno u otro intento; por encontrar las nuevas más a propósito para reavivar la ira, o para enfriarla, para despertar las esperanzas o los terrores; por encontrar el grito, que repetido por más bocas y con más fuerza, exprese, confirme y cree al mismo tiempo el voto de la mayoría, inclinándose de una parte o de otra”.
La peste
Tan impactante resultó la descripción de Manzoni de la peste italiana de 1629-1631 que se la ha llamado “la peste manzoniana”. Esta serie de brotes de peste bubónica, se cobró la vida de unas 280.000 personas en las ciudades de Lombardía y el Véneto.

El capítulo XXXI se inicia con la peste. Después de decir que se propone “dar
a conocer al mismo tiempo, en los límites de un resumen y en la medida de nuestras posibilidades, un retazo de historia patria más famoso que conocido”, Manzoni repasa las fuentes históricas con las que cuenta, y sigue explicando cómo va a realizar la histórica:
“Ningún escritor de época posterior se ha propuesto examinar y cotejar esas memorias, para sacar de ellas una serie concatenada de acontecimientos, una historia de aquella peste; de modo que, la idea que generalmente de ella se tiene, ha de ser forzosamente muy incierta, y un poco confusa: una idea indeterminada de grandes males y grandes errores (y a decir verdad hubo de lo uno y de lo otro, más allá de toda imaginación), una idea compuesta más por juicios que por hechos, algunos hechos dispersos, con frecuencia aislados de las circunstancias más características, sin distinción de tiempo, es decir, sin comprensión de causas y efectos, de desarrollo, de progresión. Nosotros, examinando y cotejando, con mucha diligencia si no con otra cosa, todas las relaciones
impresas, más de una inédita, muchos (respecto a lo poco que queda) documentos, de los llamados oficiales, hemos tratado de hacer con ellos, no ya lo que quisiéramos, pero sí algo que aún no se ha hecho. No es nuestra intención dar cuenta de todos los actos públicos, y tampoco de todos los acontecimientos dignos, en alguna medida, de recuerdo. Mucho menos pretendemos hacer innecesaria, para quien desee formarse una idea más completa de la cosa, la lectura de las relaciones originales: vemos demasiado bien qué fuerza viva, propia, y, por así decirlo, incomunicable, hay siempre en las obras de este género, como quiera que estén concebidas y realizadas. Tan sólo hemos tratado de distinguir y comprobar los hechos más generales e importantes, de disponerlos en el
orden real de su sucesión, en la medida en que lo aconsejan la razón y la
naturaleza de éstos, de observar su influencia recíproca, y de dar así, por
ahora y mientras alguien no haga otra cosa mejor, una noticia sucinta, pero
verdadera y continuada, de aquel desastre”.
Las causas que atribuye (bien) son la transmisión debida a la guerra, el movimiento de los soldados alemanes, de los italianos, y el movimiento de la gente en general, y hasta se detiene en quién pudo haber sido el promotor de ese momento que comienza con “La peste ya había entrado en Milán”:
“Uno y otro historiador dicen que fue un soldado italiano al servicio de España; en lo demás no están muy de acuerdo, ni siquiera en el nombre. Fue, según Tadino, cierto Pietro Antonio Lovato, de guarnición en el territorio de Lecco; según Ripamonti, cierto Pier Paolo Locati, de guarnición en Chiavenna. Difieren también en el día de su llegada a Milán: el primero la sitúa el 22 de octubre, el segundo, el mismo día del mes siguiente: y no se puede dar crédito ni a uno ni a otro: ambas fechas están en contradicción con otras mucho más comprobadas”.
Un reconocimiento tardío del mal por parte de las autoridades (en una crítica severa a la negación de los hechos) y la renovada aparición de la multitud histérica lleva al episodio de los “untadores”. Movida por la ignorancia, la multitud cree que la peste se transmite a través de personas malvadas que untan superficies, como puertas, del mal para que el resto se contagie. Y el detalle de la narración se explica porque:
“He creído que no estaba fuera de lugar el referir y reunir estos detalles, en parte poco conocidos, en parte completamente ignorados, de un célebre delirio; porque en los errores, y máxime en los errores de muchos, lo más interesante y más útil de
observar, me parece que es justamente el camino que siguieron las apariencias, las maneras en que pudieron entrar en las mentes, y dominarlas”. Así, la causa del mal es fácilmente atribuible a algo inexistente: “Mientras el tribunal buscaba, muchos del vulgo, como suele ocurrir, ya habían encontrado”.
El capítulo XXXII entra en el detalle de los días y alcanza un máximo de dramatismo en el episodio de la procesión. A pesar del buen tino del obispo Borromeo, que no quiere que se haga por miedo a que ayude a propagar la peste, el pánico general. Manzoni, que se ha vuelto muy católico, ataca las creencias populares e inclusive indica que, no habiendo caído las muertes, ahora es la procesión a la que algunos culpan de la peste.
Si bien hubo muestras de caridad en la tragedia, apareció la perversidad humana: haciéndose pasar por empleados de la sanidad, hay ladrones que se atan un cencerro a un pie y entran en las casas a robar. Y el tejido social se desvanece:
“Junto con la perversidad, creció la locura: todos los errores ya dominantes más o menos, tomaron, gracias al extravío y la agitación de las mentes, una fuerza extraordinaria, produjeron efectos más rápidos y más vastos. Y todos sirvieron para reforzar y agrandar aquel miedo especial de las unturas, el cual, en sus efectos, en sus desahogos, era a menudo, como hemos visto, una perversidad más. La imagen de aquel supuesto peligro asediaba y martirizaba los ánimos, mucho más que el peligro real y presente. «Y mientras —dice Ripamonti— los cadáveres diseminados, o los montones de cadáveres, siempre ante los ojos, siempre entre los pies, hacían de toda la ciudad una especie de único velatorio, había algo más feo, más funesto, en el recíproco ensañamiento, en aquel
desenfreno y aquella monstruosidad de sospechas… No sólo se recelaba del vecino, hasta del amigo, del huésped, sino que los mismos nombres, los vínculos de la humana caridad, marido y mujer, padre e hijo, hermano y hermano, eran de terror: y ¡cosa horrible e indigna de decirse!, la mesa doméstica, el lecho conyugal, se temían, como asechanzas, como escondrijos de ponzoña».
Y de nuevo las gentes sencillas son víctimas y victimarios de su ignorancia: “De los hallazgos del vulgo, la gente instruida cogía lo que se podía adaptar bien a sus ideas; de los hallazgos de la gente instruida, el vulgo cogía lo que podía entender, y como lo podía; y con todo se formaba una masa enorme y confusa de pública demencia”.
Para darle más verosimilitud a su relato, Manzoni menciona las fuentes: “Entre los papeles del tiempo de la peste, que se conservan en el archivo antes citado, hay un carta (sin ningún otro documento que la acompañe) en la que el gran canciller informa, en serio y con urgencia, al gobernador de haber recibido aviso de que, en una casa de campo de los hermanos Girolamo y Giulio Monti, hidalgos milaneses, se fabricaba veneno en tan grandes cantidades, que cuarenta hombres estaban ocupados en este exercicio, con la asistencia de cuatro caballeros brescianos, los cuales hacían traer materiales del Véneto, para la fábrica del veneno”.
La peste italiana
En octubre de 1629, la plaga llegó a Milán y aunque la ciudad inició medidas de salud pública eficaz, incluyendo cuarentena y limitar el acceso de los soldados alemanes y mercancías. Un importante brote surgió en marzo de 1630 debido a las medidas sanitarias relajadas durante el carnaval, con bajas registradas de 60.000 personas de una población de 130.000
La República de Venecia fue infectada entre 1630–31 y la ciudad severamente afectada, con bajas registradas de 46.000 personas de una población de 140.000. Algunos historiadores creen que esto dio lugar a la caída de Venecia como una gran potencia político-comercial en Europa (la iglesia de Santa Maria della Salute se erigió por la peste).
La República de Venecia fue infectada entre 1630–31 y la ciudad severamente afectada, con bajas registradas de 46.000 personas de una población de 140.000. Algunos historiadores creen que esto dio lugar a la caída de Venecia como una gran potencia político-comercial en Europa (la iglesia de Santa Maria della Salute se erigió por la peste).
Evolución de la población de las ciudad tras la epidemia:
Ciudad | Población en 1628 | Población en 1631 |
---|---|---|
Venecia | 143.000 | 98.000 |
Milán | 130.000 | 65.000 |
Florencia | 70.000 | 63.000 |
Bolonia | 62.000 | 47.000 |
Padua | 40.000 | 21.000 |
Mantua | 39.000 | 10.000 |
Brescia | 38.000 | 20.000 |
Turín | 11.000 | 3.000 |
La Storia della colonna infame es un ensayo histórico escrito por Alessandro Manzoni ligado al período histórico en el que se ambienta Los novios.
El 23 de enero de 2018, 7:45, La historia me mata escribió:
> lahistoriamemata posted: “Alessandro Manzoni escribió una de las más > grandes novelas históricas de todos los tiempos: Los novios (I promessi > sposi), que comienza con “La Historia se puede en verdad definir como una > guerra ilustre contra el tiempo”. En 1843, sin embargo, un año des” >
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