Los británicos han hecho un generoso uso de los académicos en sus guerras y en el diseño del imperio colonial. Y pocos momentos hicieron que tantos pasaran de las aulas y la investigación a la política del diseño colonial como la Primera Guerra Mundial y el Medio Oriente. Arnold Toynbee, William Shakespear, Thomas Edwards Lawrence (Lawrence de Arabia)…y Gertrude Bell.
Hugh Trevor Roper fue el encargado de la inteligencia británica en la investigación de la muerte de Hitler (de allí salió su libro Los últimos días de Hitler). Alan Bullock trabajó para el servicio europeo de la BBC durante la Segunda Guerra Mundial (Hitler. Estudio de una tiranía). Asa Briggs trabajó desde 1942 a 1945 en el cuerpo de inteligencia descifrando los códigos secretos alemanes en Bletchley Park, lo que le dio una base formidable para sus cinco volúmenes de la historia de la radio en el Reino Unido. John Austin, también en la inteligencia, tuvo una participación especial en el Día D.
El Medio Oriente durante la Primera Guerra Mundial fue uno de los momentos álgidos en que los académicos británicos intervinieron en la guerra y el diseño colonial. Arnold Toynbee trabajó para la inteligencia política del Foreign Office durante la Primera Guerra Mundial y fue delegado a la conferencia de paz de París de 1919, encargado de los análisis sobre el Medio Oriente. El orientalista William Henry Shakespear fue el encargado de ayudar a Ibn Saud en el levantamiento de su tribu en Arabia (y hasta murió en una de las batallas). El arqueólogo Thomas Edwards Lawrence fue enviado en 1916 a Arabia como agente secreto para ayudar a la rebelión del Emir Faisal contra el Imperio Otomano y se convirtió en el legendario Lawrence de Arabia. Y la también arqueóloga (y gran viajera) Gertrude Bell, fue la encargada de diseñar la creación de un nuevo estado en la Mesopotamia árabe: Irak.
Nacida en 1868 en una gran familia victoriana (era la nieta del parlamentario liberal Sir Isaac Lowthian Bell) esta viajera incansable comenzó su periplo en 1892, cuando su tío–que acababa de ser nombrado ministro (embajador) británico en Persia–la invitó a Teherán. Su primer libro de viajes, Persian Pictures, se publicó en 1894. En 1899, cuando ya hablaba de manera fluida el árabe, persa, turco, alemán, francés, e italiano, volvió al Medio Oriente. Visitó primero Palestina y Siria; llegó a la temible tierra de los drusos y a Arabia (varias veces). Aunque nunca usó vestimentas árabes, como Lawrence, las distintas tribus con las que se encontró la llamarían “al-Khatun” (La Dama).
En 1907 publicó Syria: The Desert and the Sown, un libro poblado de observaciones y fotografías (que ella misma tomaba), que representó una puerta de entrada al mundo árabe para el mundo occidental. En ese mismo año, comenzó a trabajar con el arqueólogo William Ramsay en el norte de la actual Siria. Sus descubrimientos en Bimbirkilise se publicaron como The Thousand and One Churches.
En 1909, Bell viajó hacia el que sería un destino crucial en su vida: la Mesopotamia. En la aventura arqueológica, alemanes y británicos competían con una ferocidad similar a la de los conflictos internacionales. Los primeros habían logrado hallazgos impresionantes. Robert Koldewey estaba excavando la antigua Babilonia desde 1899; había iniciado el método del análisis estatigráfico que sería sinónimo de la arqueología alemana (y sería utilizado por británicos y estadounidenses después de la Primera Guerra). Y el impacto de sus descubrimientos llegaron a la opinión pública: había descubierto los famosos jardines colgantes.
A los 42 años, Bell encontró su lugar en las excavaciones de la ciudad hitita de Carchemish, al norte de la actual Siria, donde se encontró con otro arqueólogo británico: un joven de 23 años llamado T. E. Lawrence. Habiendo compartido la experiencia de Oxford y el campo de la historia moderna, de allí nacería una larga relación ligada a los restos antiguos, la pasión por el mundo árabe y la política imperial de Gran Bretaña. Bell diría de Lawrence: “an interesting boy, he is going to make a traveller”. Lawrence diría de Bell: “she was a wonderful person, not very like a woman”.
En Carchemish, Bell (al igual que el arqueólogo e historiador David Hogarth) unió su trabajo arqueológico con su lealtad a la corona británica. Los alemanes estaban construyendo el ferrocarril de Berlín a Bagdad, un fuerte desafío a la presencia británica en la zona…y Carchemish se encontraba cerca de un puente que estaban construyendo. Buena posición para espiar y enviar algún informe al servicio exterior.
El desastre que significó para el Imperio Otomano la guerra de los Balcanes de 1912 llevó a Bell a predecir el destino que Siria, Mesopotamia y Arabia tendrían en el futuro: “No me sorprendería si en el curso de los próximos diez años, la destrucción del imperio de Asia significará también el surgimiento de las primeras autonomías árabes”.
Volvió a Siria en 1913, decidida a conocer e influenciar a dos de los grandes líderes de los clanes del centro de la península arábiga: Ibn Rashid e Ibn Saud.
Abdullah ibn Rashid había seguido la estrecha colaboración con los turcos de los emires de su clan–los Rashidi–hasta que el imperio comenzó a temblar. En 1890 había ocupado Ryad y enviado a los Saud al exilio (Bahrain, Qatar, Kuwait). El conflicto se agravó durante la primera guerra Saudi-Rashidi de 1903–1907. En una Arabia dominada por las luchas tribales, era importante para Gran Bretaña saber si contaba con posibles aliados contra los turcos, además de su propia causa en favor de un renacimiento árabe. Con ese fin, se embarcó en su misión al desierto, en la que alternaba observaciones arqueológicas y tomas fotográficas. Ansiosa por información, preguntaba a quien fuera sobre sitios de los oasis, sobre las tribus en pugna y sobre las políticas imperantes en el desierto.
En paralelo, el orientalista devenido en capitán William Henry Shakespear viajaba por Arabia y se hacía amigo de Ibn Saud, al que logró fotografiar por primera vez. Fue su consejero político entre 1910 y 1915, hasta que murió decapitado en la batalla de Jarrab, en donde Ibn Rashid le ganó la partida a su eterno rival.
En 1914, Gertrude Bell llegó a las puertas de Ha’il, donde se suponía que residía Ibn Rashid. Para entonces los Saud, liderando a los fundamentalistas Waabitas, habían vuelto del exilio y estaban ganando posiciones y llegado a Ryad. Las muertes en el clan de los Rashidi eran tantas, que el único descendiente vivo tenía 16 años. De manera imprudente, Bell había informado su deseo de seguir viaje y reunirse con Ibn Saud, por lo que los Rashidi consideraron que era una traidora que portaría información, por lo que terminó prisionera. La visión de Ha’il fue desoladora: un sitio gobernado por mujeres y eunucos, una ciudad sin hombres adultos. Y concluía, en una carta, que “el futuro está en Ibn Saud”. Pero pudo escapar de su prisión y llegar a Bagdad.
La Primera Guerra Mundial representó para Gertrude Bell la oportunidad de ligar sus conocimientos sobre el mundo árabe con la política. La región se había vuelto más estratégica que nunca: en 1911, Churchill (Primer Lord del Almirantazgo) había decidido cambiar el combustible de la armada británica para lograr naves más rápidas y pasar del carbón al petróleo. Pero Gran Bretaña, que sí tenía carbón, no tenía petróleo y debía depender del que le llegaba de la Anglo Persian Gulf Co. A poco de declararse la guerra, Bell le envió un telegrama al secretario de Asuntos Externos informándole de la simpatía británica de muchos árabes y la fuerza potencial que este sentimiento tenía para luchar contra los turcos.
La inteligencia británica le encargó el traslado de soldados por el desierto en la gran campaña para alzar a los árabes contra el Imperio Otomano. Por ser una mujer, Bell podía acceder a los dormitorios de las mujeres de los jefes tribales, lo que le brindó una información valiosa que ningún otro de sus compañeros de ruta (incluido Lawrence) podía obtener.
El Cairo de 1915 presenció una reunión de un pequeño grupo de espionaje compuesto por observadores políticos, periodistas y arqueólogos que, como Bell, habían proporcionado información al Foreign Office. Allí se cocinaba el Arab Bureau, la sección del departamento de inteligencia de la ciudad egipcia que se encargaría de coordinar las actividades de espionaje y agentes secretos en el Medio Oriente. En El Cairo, Bell volvió a encontrarse con Lawrence. Bajo la recomendación de David Hogarth, ya con grado de oficial en el ejército de Su Majestad, Bell y Lawrence fueron asignados a la inteligencia militar de El Cairo para servicios de guerra. Lo mismo ocurría con Leonard Wooley, otro arqueólogo graduado de Oxford, que se encargaría de las acciones de propaganda en la prensa. Y allí estaba Mark Sykes, a quien había conocido en Jerusalem en 1905, y que tendría un papel clave en la partición del Imperio Otomano en Medio Oriente. La idea de Hogarth era aprovechar la experiencia de estos orientalistas con las tribus árabes para convencerlas de la ayuda (y de la promesa de futuro) británica para alzarse contra los turcos. Si esto parecía una buena idea, las noticias llegadas de enero de 1916 llevaron a acelerar el proyecto.
La campaña de Gallipoli, comenzada en febrero de 1915, había terminado en enero de 1916 con un desastre para los británicos. Un ejército compuesto de casi medio millón de hombres fue derrotado por poco más de 300.000 otomanos. El resultado fue demoledor: 300.000 bajas. Churchill fue acusado por la derrota y buscaría obsesivamente su revancha en el futuro. Gallipoli aceleró el trabajo del grupo: había que buscar en los árabes aliados contra los turcos y explotar su nacionalismo.
El nacionalismo árabe esta creciendo, el sultán en Arabia intentaba quitarle el título de califa a la Sublime Puerta, crecía el malestar por la turquización que eliminaba el idioma árabe, crecían los impuestos para pagar la guerra.
Gertrude Bell se encontraba en contacto con el Sharif Hussein, guardián de La Meca y uno de los tres principales líderes de Arabia, junto con Ibn Rashid e Ibn Saud, con la idea de promover una eventual rebelión árabe. El problema, de acuerdo con Bell, era que su autoridad era más moral que militar.
Entonces, Bell se volvió hacia la figura que el infortunado capitán Shakespear había cultivado: Ibn Saud. Siguiendo su consejo, los británicos lo incluyeron en la lista de subsidios: cobraría 10.000 libras al mes. No fue un mal cálculo: primero derrotó a Ibn Rashid en Ha’il y, en 1925, destronó al Sharif Hussein.
Sin embargo, la mayor apuesta británica fue hacia el Sharif Hussein. En la historiografia imperial británica existe el contrafáctico que dice que, de no haber muerto Shakespear en 1915, la corona habría apoyado a Ibn Saud como principal líder, no habría existido Lawrence de Arabia y, lo más importante, la Arabia Saudita nacida en 1932 y que encontró petróleo en 1938 habría estado bajo la influencia británica y no estadounidense como realmente ocurrió.
Las negociaciones con el Guardián de la Meca se basaban en un alzamiento árabe contra los turcos, a cambio de un estado árabe independiente que incluyera no sólo el Hejaz de Arabia sino también Palestina, Siria y la Mesopotamia. En octubre de 1915, Bell urgió a Gran Bretaña a ayudarlo, pues de lo contrario podría apoyar a los turcos creando un peligroso panislamismo. En este esfuerzo intervino Lawrence, con quien se escribía, que finalmente logró que le pagaran al Sheriff Hussein 125.000 libras al mes como subsidios en 1916, además del envío de miles de rifles.
La revuelta árabe comenzó en junio de 1916. En octubre, Lawrence fue enviado a Hejaz en tareas de inteligencia, donde visitó y entrevistó a tres hijos del Sharif Hussein: Alí, Abdullah y Faisal. Lawrence concluía que este último era el mejor candidato para liderar la revuelta árabe. En diciembre, Faisal y Lawrence trabajaron juntos para prevenir ataques turcos a las posiciones árabes. Durante el año 1917 se desarrollaron las actividades en la península arábiga. Pero había un escollo: el puerto de Akaba, al que sólo se podía acceder por mar por ser la travesía por el desierto algo que parecía imposible. Lawrence convenció a Faisal de realizar la travesía del desierto y en julio de 1917 llegaron a Akaba, derrotando a los turcos, mientras la flota británica llegaba por mar. Comenzaba la gran campaña de Lawrence de Arabia.
Una nota: la toma de Akaba es una de las escenas más impresionantes de la película “Lawrence de Arabia”. Si bien no es cierto que los árabes cruzaran el imposible desierto de Nefud para el ataque (en realidad lo rodearon), esta licencia artística es más que permitida en beneficio del dramatismo de la escena.
En 1916, Bell fue enviada a Basora, que había sido tomada por las tropas británicas de la India en 1914. La misión: asesorar al jefe político Percy Cox sobre cómo actuar en una región que ella conocía mucho mejor que cualquier otro occidental. Sería los ojos, los oídos y los labios del Imperio Británico ante los árabes de la Mesopotamia, aunque no tendría una posición oficial.
Participó, con sus consejos, sus contactos con los jefes tribales y el diseño de mapas, en la toma de Bagdad en 1917. Única mujer con cargo de oficial político, recibió el título de “Liaison Officer, Correspondent to Cairo” (es decir, en el Arab Bureau). Después de la toma de Bagdad se convirtió en “Oriental Secretary”.
Bell se había convertido en “La Reina del Desierto”. El misionero estadounidense John Van Ess escribió: “G is for Gertrude, of the Arabs she’s Queen, And that’s why they call her Um el Mumineen, If she gets to Heaven (I’m sure I’ll be there)
She’ll even ask Allah, “What’s your tribe, and where?”
Si las noticias de Gallipoli eran malas, en abril de 1916 llegaron otras también inquietantes: en la batalla (llamada tragedia) de Kut, al sud de Bagdad, 31.000 británicos e indios habían sido sitiados por los turcos y obligados a rendirse. El resultado: 30.000 muertos y heridos y sólo 1.000 prisioneros. La revuelta árabe se había vuelto una necesidad.
Gertrude Bell, cuyo árabe clásico era un sonido tan extraño como imponente para las tribus, se dedicó a expediciones de reconocimiento en el Eufrates para la campaña de Bagdad. Se encontró por primera vez con Ibn Saud, que veía por primera vez a una mujer europea, en 1916 en Basora. Bell realizaba el mismo juego de la política colonial británica a dos puntas, contactándose con él al mismo tiempo que con el Sharif Hussein. Finalmente, Bagdad cayó en marzo de 1917. Bell pensó que sería el albor de un gran centro de civilización árabe.
Pero en abril de 1917 se conoce una noticia que va a comenzar a desmoronar las esperanzas de los árabes sublevados: el acuerdo de su conocido Sykes (con quien se llevaba mal) con el francés François Picot, que en realidad se había firmado un año antes, dividía el imperio turco en el Medio Oriente entre Gran Bretaña y Francia.
En noviembre de 1917 se conoció otra noticia que resultó inquietante para Gertrude Bell: la Declaración Balfour para la creación de un Hogar Judío en Palestina. La rechazó por ser un “pronunciamiento sionista”, un esquema que veía artificial dada la enemistad entre las comunidades árabe y judía.
Esta oposición le fue transmitida en un viaje que hizo a Jerusalén al gobernador Ronard Storrs. En la reunión, Storrs le informó que los árabes, preocupados por la llegada de colonos judíos de Europa oriental, habían creado una organización antisionista, liderada por un presidente musulmán en Jerusalén y uno cristiano en Jaffa, que estaba en contacto permanente con la administración británica. El problema mayor, para Storrs, era que los árabes culpaban a los británicos por el eventual Hogar Judío y esta organización, de la que pensaba podría llegar a ser violenta, podría volverse tan antijudía como antibritánica. Gertrude resumía la situación en una carta a su familia: “No se discute de otra cosa que no sea el Sionismo en Jerusalén. Todos los árabes están en contra y furiosos porque nosotros la apoyamos mientras que todos los judíos están a favor e igualmente furiosos por no apoyarlos lo suficiente”.
Terminada la guerra, Bell tendría un rol todavía más importante en el diseño imperial británico. Su vida, a partir de 1918, comenzó a estar rodeada de mapas por el pedido de ayuda de la Oficina de Guerra británica para delinear fronteras. El 31 de octubre se había dado el cese del fuego con el Imperio Otomano, cuando estaba enferma de malaria. Allí surgió la idea de un nuevo país, Irak, que comprendía tres gobernaciones turcas: Basora, Bagdad y Mosul.
El nuevo espacio, sin embargo, no estaba exento de conflictos: uniría a los más educados sunnitas de Bagdad con la mayoría shiita de las provincias, a los árabes con los kurdos, a la mayor comunidad judía del Medio Oriente con los cristianos asirios de Mosul. Bell se preguntaba si querrían a la Corona británica o preferirían un rey árabe. Como había que recompensar al Sharif Hussein por la pérdida que implicaba el acuerdo Sykes-Picot, se pensó en su figura o la de alguno de sus hijos como futuro monarca. Pero esta idea era resistida por los árabes locales como la llegada de un extranjero.
En marzo de 1919 Gertrude Bell llega a París para representar a Gran Bretaña en los asuntos de la Mesopotamia árabe en la Conferencia de Paz. Allí se vuelve a encontrar con Lawrence, que está acompañado por Faisal, hijo del Sharif Hussein, a quien ha proclamado (imprudentemente porque el acuerdo Sykes-Picot decía otra cosa) como emir de Siria. Lawrence, con quien pasaba la mayor parte del tiempo, le cuenta sobre su libro los Siete pilares de la sabiduría.
Al volver a Bagdad en 1919, Gertrude Bell ha cambiado su posición original sobre la imposibilidad de un estado autónomo en la Mesopotamia y piensa que los árabes pueden gobernarse a sí mismos. Bell, que ya ha convertido a la Mesopotamia en su hogar permanente, se siente más cómoda con los árabes que con los británicos. La llaman Muminin, la Madre de los Creyentes, título que había sido usado por Ayishah, la esposa del Profeta.
Bell hace pública su simpatía por un Irak autónoma, que no sólo sería posible sino también popular, algo que cae mal en las autoridades británicas locales. Su amigo, el misionero Van Ess le implora que tenga respeto por el pasado: Bell está olvidando cuatro mil años de historia tratando de dibujar un Irak como entidad política, Asiria siempre miró al oeste y al norte y Babilonia al Sur, “nunca ha habido una unidad política tal, debes darle tiempo a que se integren, debe ser hecho gradualmente, todavía no tienen un concepto de nación”.
Mientras tanto, en Whitehall se discute sobre algo que importa siempre (y mucho) a los británicos: el costo de Irak. Tenían una tropa de 17.000 británicos y 44.000 indios que, combinadas con las de Palestina, generaban un gasto de 35.500.000 libras al año. Sin embargo, el lugar es crucial por su petróleo. ¿Por qué no pensar en un gobierno local árabe que se ocupe (y pague) la mayoría de los gastos si era posible ejercer sobre él la influencia del imperio?
En la Conferencia de San Remo de 1920, Lloyd George y Georges Clemenceau terminan de implementar el acuerdo Sykes-Picot: Arabia será independiente, aunque guiada por Gran Bretaña, Siria (incluido el Líbano) será un mandato francés, la Mesopotamia y Palestina serán un mandato británico (el mandato implicaba una situación colonial con una cláusula tramposa que decía hasta “que pudieran gobernarse por sí mismos”). Se produce un solo cambio al acuerdo: el norte iraquí de los kurdos, rico en petróleo, pasa de la eventual ocupación francesa a la británica, aunque los dos países compartirían la exploración y la producción del recurso.
El tema ahora sería a quién nombrar rey de Irak. El Congreso Arabe había proclamado a Faisal como rey de Siria y sus representantes de la Mesopotamia a su hijo Abdulah como eventual rey de Irak. El problema es que los árabes locales apoyan al religioso Sayid Talib, más popular y descendiente de Mahoma. Pero Gertrude insiste en que sea Abdulah o Faisal.
Bell se ocupa de convencer a los líderes shiitas de terminar su guerra santa con los británicos: es la primera mujer que habla con el santo Sayid Hassan sin velo. Un evento va a encender el ambiente: en el verano de 1920 ocurre la revuelta iraquí contra los británicos. La chispa es la noticia que Abdulah va a ser el rey.
La revuelta iraquí comienza en una de las tribus sunnitas más poderosas del norte: la consigna es matar a cada inglés que puedan para evitar la coronación del extranjero Abdulah. Seis británicos son asesinados. El gobernador Wilson responde reprimiendo rápidamente. La rebelión se dispara entre las tribus con el fin del Ramadán. La Mesopotamia está en llamas, con muertes y saqueos. Gertrude Bell rechaza la acción militar de Wilson y trata de aplacar los ánimos con su amigos árabes y sugiere formar un comité conjunto sunnita-shiita. Para su sorpresa, el líder religioso Sayid Talib le informa que está formando una organización política moderada y está dispuesto a ayudar a los británicos. La rebelión termina. Han muerto varios cientos de británicos y más de 10.000 árabes. Le ha costado a la corona más de siete millones de libras.
Junto con Cox y Lawrence, Gertrude Bell asistió como parte de un grupo selecto de orientalistas a la Conferencia de El Cairo de 1921 convocada por Winston Churchill, secretario de estado para las colonias. El objetivo: diseñar el mapa del mapa del British Mandate en Medio Oriente, en Palestina-Transjordania e Irak. Es la única mujer.
Los británicos encontraban que sería más económico tener monarquías árabes títeres que respondieran a la Corona pero se ocuparan de los gastos de la administración. En la conferencia, Gertrude Bell–acompañada de dos miembros del Consejo Arabe de la Mesopotamia–logra que el hachemita Faisal sea designado como el primer rey de Irak. Abdullah será el emir de Transjordania. Una compensación para las promesas realizadas al Sharif Hussein.
Por el costo militar, Churchill propone un estado kurdo autónomo como colchón entre los árabes y lo turcos. Gertudre disiente; el norte kurdo no sólo tiene petróleo, sino que provee de alimentos a todo Irak, además de sumar sunnitas a la inquietante mayoría shiita. Churchill acepta; triunfante, anuncia que la guarnición militar británica en Irak pasará de 33 a 23 batallones y que los gastos se reducirán drásticamente.
El gran desafío para el Imperio Británico, y para Gertrude Bell, es que Faisal sea aceptado como rey. Faisal tenía una ventaja para convencer a los shiitas: era descendiente del mártir Hussein, nieto de Mahoma, que había sido asesinado de manera traicionera en Karbala en el año 680. El mayor problema es que venía de Arabia y era visto como un extranjero. El ala más combativa de Sayid Talib comienza a lanzar el slogan “Irak para los iraquíes”. Pero poco después de la protesta, es deportado a Ceilán. Una de las grandes barreras a la elección de Faisal ha terminado.
De manera astuta, Gertrude Bell planea cuidadosamente la llegada de Faisal a Irak: después de Basora, visitará las ciudades santas shiitas de Karbala y Najaf, remarcando su descendencia de Hussein y Mahoma. Pero Faisal se encuentra con un muro de resistencias de casi todos los grupos locales. Nunca había puesto antes un pie en Irak, no sabía nada de la gente a la que iba a gobernar, ni de su tierra, ni de su historia. Ni siquiera hablaba bien su idioma; su árabe tenía un acento, con mezcla de Hejaz, Egipto, Siria y Turquía. Gertrude Bell se convierte, así, en el mayor consejero del atribulado monarca. Y se ocuparía de convencer a los distintos grupos en pugna, a los que había que convencer uno por uno; tribus que veían la idea de un estado central como anatema, que no conocían lo que era una frontera ni una burocracia.
El discurso que da Faisal al finalizar las ceremonias de bienvenida es auspicioso “No hay ningún significado en las palabras judíos, musulmanes y cristiano en la terminología del patriotismo…sólo hay un país llamado Irak, y todos son iraquíes…Todos pertenecemos a la misma raza de nuestro ancestro Sem”. Y seguiría más tarde insistiendo en que hablaba a los árabes hermanos y, como tal, no era un extranjero.
El 21 de Agosto de 1921, Faisal fue coronado después de un plebiscito con apoyo del 96 % de la población, en una ceremonia liderada por el gobernador británico. Su personalidad estaba en las antípodas de su hermano Abullah emir de Transjordania. Siempre agobiado por el poder, terminó, como decían, muriendo a los 50 años pero pareciendo de setenta, mientras Abdullah murió a los 70 años pareciendo de cincuenta.
El primer desafío fue interno: los kurdos descontentos por las promesas de un estado propio por el Tratado de Sevres. El segundo desafío fue externo: Ibn Saud había derrotado a Ibn Rashid en Arabia (que pasaría a ser el país de los Saud, o Arabia Saudita) en 1921 y se proclamaba líder de los beduinos, incluidos los que vivían en Irak. El tercero vendría del propio imperio británico: Churchill quería obligarlo a firmar el mandato, es decir, el dominio imperial sobre un rey títere. Faisal estaba resentido con los británicos por haberlo traicionado con la corona de Siria, un sueño que incluía, además, las tierras de Palestina, Transjordania y Mesopotamia. Finalmente, Churchill ofreció una solución más salomónica: Irak sería considerado como estado soberano en la Liga de las Naciones. La promesa, otra vez, no se cumplió. El país no sería reconocido como tal hasta la muerte 1932.
La influencia de Gertrude Bell en la política comenzó a decaer; decidió volver a la arqueología y crear un museo en Bagdad. En 1924 ya se había vuelto casi descartable y comenzó a sufrir de depresión, agravada por la muerte de sus perros. En 1926 apareció la noticia de su muerte, que se creía había sido un suicidio. El entierro tuvo su magnificencia: un desfile oficial y numerosos árabes con sus turbantes que iban a prestarle su homenaje. En su testamento, dejó 50.000 libras al Museo de Bagdad.
Un año después, la economía de Irak comenzó a despegar por la explotación del petróleo de Kirkuk. Después del reconocimiento como nación soberana en 1932 y el fin del mandato, Faisal murió en 1933 habiendo establecido la paz con Ibn Saud, en cuya tierra había sido encontrado petróleo hacía poco tiempo, empresa en la que participarían los americanos. Faisal fue sucedido por Ghazi, su hijo de 22 años, muerto por un automóvil en circunstancias sospechosas, después del asesinato de su ministro de Defensa en 1939. Lo sucedió Faisal II, de cuatro años, bajo la regencia de su tío. En 1951, el rey jordano Abdullah fue asesinado por un palestino ante el rumor de una paz por separado con Israel (en 1953 su nieto Hussein llegó al trono). En 1958, el rey Faisal II fue asesinado junto con su regente. Fue el fin de la dinastía hachemita. Una junta militar liderada por Abdul Karem Kassim estableció la república de Irak. Pero en 1963 también este fue asesinado por el Partido Baath (Renacimiento) Arabe Socialist. Una serie de movimientos en la cumbre del gobierno, que comenzaron en 1971, terminaron llevando al poder a Saddam Hussein como presidente, primer ministro, Jefe del Consejo Revolucionario y Secretario General del Partido Baath. Después de la invasión norteamericana de 2003, Saddam Hussein fue juzgado y ahorcado en 2006.
Gertrude Bell y el genocidio armenio
Gertrude Bell fue testigo del genocidio armenio perpetrado por los turcos al que describió como no comparable con las masacres previas; informaba que, en Damasco, los turcos vendían mujeres armenias abiertamente en el mercado público”.
The battalion left Aleppo on 3 February and reached Ras al-Ain in twelve hours….some 12,000 Armenians were concentrated under the guardianship of some hundred Kurds…These Kurds were called gendarmes, but in reality mere butchers; bands of them were publicly ordered to take parties of Armenians, of both sexes, to various destinations, but had secret instructions to destroy the males, children and old women…One of these gendarmes confessed to killing 100 Armenian men himself…the empty desert cisterns and caves were also filled with corpses…No man can ever think of a woman’s body except as a matter of horror, instead of attraction, after Ras al-Ain.”
Además de su sensibilidad humanitaria, este genocidio generó un especial impacto en Gertrude Bell dado que su fiel y leal guía en el mundo árabe–Fathum–era un armenio de Aleppo.
Bibliografía sobre Gertrude Bell:
Una película poco atractiva
La impresionante película que David Lean filmó sobre T. E. Lawrence, “Lawrence de Arabia”, no tiene una contraparte de peso en la que se realizó sobre Gertrude Bell,
“La reina del desierto”, dirigida por Werner Herzog y estrenada en 2015, no es, a pesar de su director, una gran película. Quizá porque se trate de una mujer, el relato se basa en dos de sus tres historias de amor, que terminaron en tragedias, y no en su acción como política. No es mala la actuación de Nicole Kidman como Gertrude, es mala la de Robert Pattinson como Lawrence, y sorprende la de James Franco como su primer amor. Las imágenes son bellas pero no impresionantes como las de “Lawrence de Arabia”. Y el guión es débil y la historia aburrida. Sólo vale la pena verla si se está muy interesado en la historia de Gertrude Bell.
Me ha impresionado tu artículo. Te felicito y espero seguirte con asiduidad 🙂
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Mil gracias Julio. Tu blog está muy bueno. Lo estoy siguiendo.
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Un saludo cordial
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Pues el tuyo me parece excelente: una auténtica aula de la historia 🙂
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