Herodoto y los límites de la acción humana: el episodio del rey Candaules

En el episodio de la imprudencia de Candaules, rey de Lidia, del primero de los Nueve Libros de la Historia, Herodoto se propone comprender las causas de la guerra entre Asia y los griegos mostrando los límites de las acciones humanas.

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Candaules muestra su mujer Nisia a Giges, Jacob Jordaens, 1646 

Herodoto dividió su historia en nueve libros en memoria de las nueve musas, y a cada uno impuso el nombre de una de ellas. El primero, donde aparece el episodio del rey Candaules, se llama Clío.

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En el proemio, Herodoto describe su propósito: entender las causas de la guerra entre los persas y los griegos, es decir, comprender los orígenes del conflicto entre oriente y occidente.

“La gente más culta de Persia y mejor instruida en la historia, pretende que los fenicios fueron los autores primitivos de todas las discordias que se suscitaron entro los griegos y las demás naciones…Así pasaron las cosas, según refieren los Persas, los cuales están persuadidos de que el origen del odio y enemistad para con los Griegos les vino de la
toma de Troya (y el rapto de una mujer).”

“Sea de esto lo que se quiera, así nos lo cuentan al menos los Persas y Fenicios, y no me meteré yo a decidir entre ellos, inquiriendo si la cosa pasó de este o del otro modo. Lo que sí haré, puesto que según noticias he indicado ya quién fue el primero que injurió a los Griegos, será llevar adelante mi historia, y discurrir del mismo modo por los sucesos
de los Estados grandes y pequeños, visto que muchos, que antiguamente fueron grandes, han venido después a ser bien pequeños, y que, al contrario, fueron antes pequeños los que se han elevado en nuestros días a la mayor grandeza. Persuadido, pues, de la inestabilidad del poder humano, y de que las cosas de los hombres nunca permanecen constantes en el mismo ser, próspero ni adverso, hará, como digo, mención igualmente de unos Estados y de otros, grandes y pequeños”.

Candaules, rey de Lidia, muestra a su mujer de manera furtiva a Giges, uno de sus ministros, cuando va a la cama o La imprudencia de Candaules, William Etty, 1830

 

Herodoto, que le está escribiendo a los griegos, les advierte de los límites de las acciones humanas. Con ese propósito, describe el episodio del rey de Lidia Candaules (o de cómo el imperio que los Crésidas le habían arrebatado a los Heráclidas llegó a su fin). La figura de Creso es muy importante, porque fue el primero en atacar a los griegos de Jonia, así como será el último rey de Lidia antes de la caída de su reino en manos de los persas, a partir de un episodio imprudente.

 

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“El imperio que antes era de los Heraclidas, pasó a la familia de Creso, descendiente de los Mérmnadas, del modo que voy a decir. Candaules, hijo de Myrso, a quien por eso dan los Griegos el nombre de Myrsilo, fue el último soberano de la familia de los Heraclidas que reinó en Sardes, habiendo sido el primero Argón, hijo de Nino, nieto de Belo y biznieto de Alceo el hijo de Hércules”.

Candaules pierde la corona (y su vida) por haber cometido una imprudencia. O, en realidad, por haber desconocido los límites de las acciones humanas.

“VIII. Este monarca perdió la corona y la vida por un capricho singular. Enamorado sobremanera de su esposa, y creyendo poseer la mujer más hermosa del mundo, tomó una resolución a la verdad bien impertinente. Tenía entre sus guardias un privado de toda su confianza llamado Giges, hijo de Dáscylo, con quien solía comunicar los negocios
más serios de Estado. Un día, muy de propósito se puso a encarecerle y levantar hasta las estrellas la belleza extremada de su mujer, y no pasó mucho tiempo sin que el apasionado Candaules (como que estaba decretada por el cielo su fatal ruina) hablase
otra vez a Giges en estos términos:
– Veo, amigo, que por más que te lo pondero, no quedas bien persuadido de cuán hermosa es mi mujer, y conozco que entre los hombres se da menos crédito a los oídos que a los ojos. Pues bien, yo haré de modo que ella se presente a tu vista con todas sus gracias, tal corno Dios la hizo”.

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Candaules, justamente, ha caído en la trampa del conocimiento humano y del “ver para creer”, tema recurrente de la literatura clásica y de la teología medieval.

“Al oír esto Giges, exclama lleno de sorpresa: -¿Qué discurso, señor, es este, tan poco cuerdo y tan desacertado? ¿me mandaréis por ventura que ponga los ojos en mi Soberana? No, señor; que la mujer que se despoja una vez de su vestido, se despoja con él de su recato y de su honor. Y bien sabéis que entre las leyes que introdujo el decoro público, y por las cuales nos debemos conducir, hay una que prescribe que, contento
cada uno con lo suyo, no ponga los ojos en lo ajeno. Creo fijamente que la Reina es tan perfecta como me la pintáis, la más hermosa del mundo; y yo os pido encarecidamente que no exijáis de mí una cosa tan fuera de razón”.

Giges, el prudente y el correcto, que sabe que mirar a alguien desnudo sin su consentimiento, y especialmente si es una mujer, es una afrenta, “aun entre los bárbaros”, se resiste a obedecer las órdenes de Candaules.

 

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El rey Candaules, Jean-Léon Gérôme, 1858

“XI. Con tales expresiones se resistía Giges, horrorizado de las consecuencias que el asunto pudiera tener; pero Candaules replicóle así: -Anímate, amigo, y de nadie tengas recelo. No imagines que yo trate de hacer prueba de tu fidelidad y buena correspondencia, ni tampoco temas que mi mujer pueda causarte daño alguno, porque yo lo dispondré todo de manera que ni aun sospeche haber sido vista por ti. Yo mismo te llevaré al cuarto en que dormimos, te ocultaré detrás de la puerta, que estará abierta. No tardará mi mujer en venir a desnudarse, y en una gran silla, que hay inmediata a la puerta, irá poniendo uno por uno sus vestidos, dándote entre tanto lugar para que la mires muy despacio y a toda tu satisfacción. Luego que ella desde su asiento volviéndote
las espaldas se venga conmigo a la cama, podrás tú escaparte silenciosamente y sin que te vea salir.”


“X. Viendo, pues, Gyges que ya no podía huir del precepto, se mostró pronto a obedecer. Cuando Candaules juzga que ya es hora de irse a dormir, lleva consigo a Gyges a su mismo cuarto, y bien presto comparece la Reina. Gyges, al tiempo que ella entra y cuando va dejando después despacio sus vestidos, la contempla y la admira, hasta que vuelta las espaldas se dirige hacia la cama. Entonces se sale fuera, pero no tan a escondidas que ella no le eche de ver. Instruida de lo ejecutado por su marido, reprime
la voz sin mostrarse avergonzada, y hace como que no repara en ello; pero se resuelve desde el momento mismo a vengarse de Candaules, porque no solamente entre los Lydios, sino entre casi todos los bárbaros, se tiene por grande infamia el que un
hombre se deje ver desnudo, cuanto más una mujer”.

Nyssia, la mujer de Candaules, resulta un ejemplo de dignidad: no protesta en el momento, pero se prepara para ejercer justicia ante el ultraje.

“XI. Entretanto, pues, sin darse por entendida, estúvose toda la noche quieta y sosegada; pero al amanecer del otro día, previniendo a ciertos criados, que sabía eran los más leales y adictos a su persona, hizo llamar a Giges, el cual vino inmediatamente sin la menor sospecha de que la Reina hubiese descubierto nada de cuanto la noche antes había pasado, porque bien a menudo solía presentarse siendo llamado de orden suya. Luego que llegó, le habló de esta manera: -No hay remedio, Giges; es preciso que escojas, en los dos partidos que voy a proponerte, el que más quieras seguir. Una de dos: o me
has de recibir por tu mujer, y apoderarte del imperio de los Lidios, dando muerte a Candaules, o será preciso que aquí mismo mueras al momento, no sea que en lo sucesivo le obedezcas ciegamente y vuelvas a contemplar lo que no te es lícito ver. No hay más alternativa que esta; es forzoso que muera quien tal ordenó, o aquel que, violando la majestad y el decoro, puso en mí los ojos estando desnuda. Atónito Giges, estuvo largo rato sin responder, y luego la suplicó del modo más enérgico no quisiese obligarle por la fuerza a escoger ninguno de los dos extremos. Pero viendo que era imposible disuadirla,
y que se hallaba realmente en el terrible trance o de dar la muerte por su mano a su señor, o de recibirla él mismo de mano servil, quiso más matar que morir, y la preguntó de nuevo: -Decidme, señora, ya que me obligáis contra toda mi voluntad a dar la muerte a vuestro esposo, ¿cómo podremos acometerle? -¿Cómo? le responde ella, en el mismo sitio que me prostituyó desnuda a tus ojos; allí quiero que le sorprendas dormido”.

La imprudencia de Candaules lo lleva a la muerte.

“XII. Concertados así los dos y venida que fue la noche, Giges, a quien durante el día no se le perdió nunca de vista, ni se le dio lugar para salir de aquel apuro, obligado sin remedio a matar a Candaules o morir, sigue tras de la Reina, que le conduce a su
aposento, le pone la daga en la mano, y le oculta detrás de la misma puerta. Saliendo de allí Giges, acomete y mata a Candaules dormido; con lo cual se apodera de su mujer y del reino juntamente: suceso de que Archilocho Pario, poeta contemporáneo,
hizo mención en sus Jambos trímetros”.

La muerte del rey lleva a una crisis de legitimidad. Los lidios quieren devolver la corona a los Heráclidas. El oráculo de Delfos apoya al nuevo rey, pero lanza un vaticinio: la futura guerra entre Asia y los griegos, en la figura de los Heráclidas destituidos.

“XIII. Apoderado así Giges del reino, fue confirmado en su posesión por el oráculo de Delfos. Porque como los lidios, haciendo grandísimo duelo del suceso trágico de Candaules, tomasen las armas para su venganza, juntáronse con ellos en un congreso
los partidarios de Giges, y quedó convenido que si el oráculo declaraba que Giges fuese rey de los Lidios, reinase en hora buena, pera si no, que se restituyese el mando a los Heraclidas. El oráculo otorgó a Giges el reino, en el cual se consolidó pacíficamente,
si bien no dejó la Pythia de añadir, que se reservaba a los Heraclidas su satisfacción y
venganza, la cual alcanzaría al quinto descendiente de Giges; vaticinio de que ni los Lidios ni los mismos reyes después hicieron caso alguno, hasta que con el tiempo se viera realizado”.

Leer más:

María Guadalupe Barandica, “La mujer sin nombre: acerca del acceso al poder en el Logos de Candaules y Giges”, Revista de Estudios Clásicos, 43, 2016.

Click to access rec43-02-art-barandica.pdf

 


 

El anillo de Giges

La historia de Giges aparece en la República de Platón, en Nicolás Damasceno y en Plutarco. Seguramente, el relato más famoso es el del anillo de Giges que Platón relata en el segundo libro de la República.

El pastor Giges, encuentra en el fondo del abismo, después de una tormenta y un terremoto encontró, en el fondo de un abismo, un caballo de bronce con un cuerpo sin vida en su interior. Este cuerpo tenía un anillo de oro y el pastor decidió quedarse con él. Lo que no sabía Giges es que era un anillo mágico, que cuando le daba la vuelta, le volvía invisible. En cuanto hubo comprobado estas propiedades del anillo, Giges lo usó para seducir a la reina y, con ayuda de ella, matar al rey, para apoderarse de su reino.

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El pastor Giges y su anillo, Anónimo, Ferrara, siglo XVI

El mito de Giges influyó en la filosofía posterior, dando a entender que el ser humano hace el bien hasta que puede hacer el mal cuando «se hace invisible», y puede acceder a cosas que no son suyas, con lo que llevado por esas circunstancias la persona se corrompe irremediablemente. Según este supuesto, la persona no sería libre. Tolkien, en El Señor de los Anillos, da otro planteamiento a la negatividad que encierra los poderes del anillo.


 

Plus para leer: un viaje y Herodoto como compañía, por Ryszard Kaspuscinski

2 thoughts on “Herodoto y los límites de la acción humana: el episodio del rey Candaules

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  1. abonvecchi@gmail.com

    El 31 de marzo de 2018, 13:21, La historia me mata escribió:

    > lahistoriamemata posted: “En el episodio de la imprudencia de Candaules, > rey de Lidia, del primero de los Nueve Libros de la Historia, Herodoto se > propone comprender las causas de la guerra entre Asia y los griegos > mostrando los límites de las acciones humanas. Herodoto dividió” >

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  2. No se si Herodoto logró con ese episodio explicar la enemistad entre griegos y persas, pero sin duda contribuyó a ratonear generaciones. Tal vez por su caracter de bárbaros no podían comprender entonces las posibilidades pacificadoras
    del menage a trois. En todo caso las obras pictoricas nos muestran su repercusion a traves de la historia, y de paso, los cambios en el ideal de hermosura femenina con el paso de los siglos…

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